domingo, 15 de mayo de 2011

Elisa

Elisa solía dibujar. Aprendió, como casi todo el mundo, en el colegio. Fue perfeccionando técnicas poco a poco durante las clases más aburridas, realmente llegó a ser muy buena. Consiguió crear un universo completamente distinto al que conocemos, a través del cual transmitía su estado de ánimo, sentimientos e ideas más profundas. Ver los dibujos de Elisa era como poder leer su mente, y precisamente por eso los guardaba cuidadosamente dentro de una cajita cerrada con candado, en uno de los cajones de su escritorio, y rompía minuciosamente los bocetos que no le convencían en miles de pedacitos, preocupada siempre de que nadie pudiera recomponerlos.

Llegó a acumular un buen número, eran tantas las hojas que llenaba de dibujos cada día, que de haber seguido ese ritmo no hubieran cabido todos en la misma caja. Pero un día de repente paró. Sus pensamientos se volvieron tan oscuros que se hizo demasiado doloroso intentar expresarlos. Todo ese mundo que había creado pareció derrumbarse sobre sus hombros, se ahogaba, no podía ver la luz. Los engranajes de su alma invirtieron la dirección de sus movimientos, escuchó el sonido de ésta partiendose como un cristal, y casi pudo sentir los pedazos clavados en lo más profundo de sus ser en el momento en el que le comunicaron que acababan de encontrar el cadáver de su hermana.

viernes, 13 de mayo de 2011

El final

Si tras la muerte, los hombres pudieran elegir en que cuerpo vivir su próxima existencia, ella eligiría, sin lugar a dudas, reencarnarse en un majestuoso cuervo.
Una existencia solitaria y contemplativa hubiera podido salvarla. Es demasiado tarde para volver atrás, para remediar todos sus errores y convertirse en la persona que ahora comprende que hubiera querido ser. Tal vez no, tal vez se conformaría con simplemente no haber sido lo que fue.Pero el tiempo pasó, dejando tras él la huella de sus actos sobre su suave piel, semejante a la textura de un pétalo de rosa. Huella que ella se esforzó por ignorar hasta que le fue imposible mirar hacia otro lado cuando el universo deicidó poner a cada uno en su sitio, cargando sobre los hombros de Sophie toda la culpa acumulada durante sus 23 años de vida.
Lo último que recuerda es la visión de un oscuro charco de sangre sobre el inmaculado mármol.