domingo, 15 de mayo de 2011

Elisa

Elisa solía dibujar. Aprendió, como casi todo el mundo, en el colegio. Fue perfeccionando técnicas poco a poco durante las clases más aburridas, realmente llegó a ser muy buena. Consiguió crear un universo completamente distinto al que conocemos, a través del cual transmitía su estado de ánimo, sentimientos e ideas más profundas. Ver los dibujos de Elisa era como poder leer su mente, y precisamente por eso los guardaba cuidadosamente dentro de una cajita cerrada con candado, en uno de los cajones de su escritorio, y rompía minuciosamente los bocetos que no le convencían en miles de pedacitos, preocupada siempre de que nadie pudiera recomponerlos.

Llegó a acumular un buen número, eran tantas las hojas que llenaba de dibujos cada día, que de haber seguido ese ritmo no hubieran cabido todos en la misma caja. Pero un día de repente paró. Sus pensamientos se volvieron tan oscuros que se hizo demasiado doloroso intentar expresarlos. Todo ese mundo que había creado pareció derrumbarse sobre sus hombros, se ahogaba, no podía ver la luz. Los engranajes de su alma invirtieron la dirección de sus movimientos, escuchó el sonido de ésta partiendose como un cristal, y casi pudo sentir los pedazos clavados en lo más profundo de sus ser en el momento en el que le comunicaron que acababan de encontrar el cadáver de su hermana.

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